Hace tiempo que no encuentro mi lugar en este mundo. Hace tiempo que perdí la esperanza de encontrarlo. Simplemente me dejo llevar, transcurro lentamente, como un riachuelo manso, sin fuerza, en silencio, hasta fundirme con el resto de agua y llegar a una cascada agresiva y ruidosa donde se pierde toda esperanza de individualidad, de intimidad y de paz. Me resulta imposible construir un dique donde permanecer sin diluirme con el resto, perdiéndome en el infinito.
Todo es ruido sin sentido, sin coherencia y proveniente de cualquier sitio. Ruido ensordecedor que confunde todos los sentidos y el sereno pensamiento. Solo, de vez en cuando, apenas una diminuta porción de esperanza, que también se acaba perdiendo en la inmensidad del griterío.
Hace tiempo que mis ojos no se enternecen, mi piel se estremece ni mis músculos se tensan y, aunque mi instinto intenta cerrar los puños, mi fuerza me abandona lenta e inexorablemente. Ya no quiero golpear los muros ni hacer crujir las rocas a mi paso. Mi tiempo de virilidad pasó y el tiempo que resta solo deseo fluir. Fluir sin hacer ruido.
José Luis Águeda
Editor
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